Probé con todo: recitar en colectivos, salir a vender a la calle, ir a ferias, eventos, dar talleres y hasta frecuentar lugares turbios culturales. Escribí en cartón, en bolsas y en cartulina. Grafitié paredes y baños. Estuve en la desesperación y la máxima pobreza. Me cagué accidentando y mojando. Y también tuve benditos orgasmos. La gente me dió comida y me compró cafecitos. Me han regalado frazadas, fibrones y hasta un escritorio del cielo, que es el lugar desde donde ahora escribo. Pasar por todo eso me dió miedo y rabia. Pero lo pasé. Lo hice. Cuando volvía a casa los bichos me destrozaban. Las voces no me dejaban tranquila. Odiaba al mundo por ser mundo repleto de mundo. Entonces armé -siempre de la mano de la poesía- un lugar donde caerme muerta, como quien dice. Un lugar en el que nada de eso que tanto mal me hacía -y en ocasiones me sigue haciendo- no pudiese destruirme. Acá me sucedo, acá vivo, acá soy yo misma. Ya sin tanto frío, ni situaciones límite. Conseguí un montonazo -siempre de la mano de la poesía-. Me gané el respeto de grandes mujeres y grandes hombres -siempre de la mano de la poesía-. Y todo eso me enorgullece y fascina. Todo eso me dá vida. Amo soñar, porque soy de aire. Y sin querer a veces quemo, porque soy de fuego. Soy una aficionada del lenguaje. Creo que puede cambiar vidas y destinos. Creo que puede sacar a los humanos de lo pequeño, darle alas y -sin otra cosa que no sea la imaginación creadora constante- puede darte más dicha que todo lo que se dice que podría darnos dicha. Así que bien podría decir yo, a ésta altura de mis años y el recorrido, que soy una mujer afortunada. No porque lo haya conseguido todo. Sino porque sigo soñando y ardiendo, por subir más peldaños. Terca como soy, deseo subir.
🖊️ Agustina Ferrand
No hay comentarios.:
Publicar un comentario