Roberta hablaba con Fabiana y al irse, era cosa de otro mundo, se le pegaba en las pupilas y pestañas. No veía otra cosa que no fuese la cara de Fabiana. Quería mirar un auto, un perro, un ave. Y "pum"... Fabiana. Fabiana auto, Fabiana perro, Fabiana ave. Hablaba con sus amigas y también, en el lenguaje y en la lengua "splash", Fabiana. Amanecía, miraba el techo, tanteaba el cielo, y "rakatá", en una nube o en un avión, Fabiana. Fabiana no tenía que esforzarse mucho para que Roberta se diluyera al verla y la llevara, cual estampita, por donde fuese que andara. Aún así hacía lo suyo. La leía a Roberta, la observaba, la admiraba. Le decía "mirá la carita", cuando Roberta se confesaba. Y Roberta, automáticamente, se sentía merecedora de las alas. Por eso nunca se separaban. No había que contabilizarlo mucho. Se reían, tenían códigos, se cuidaban. Se estrellaban, tarde o temprano, alma contra alma. Y del colapso nacían poemas, flores, tabacos, cronopitudes, sueños y esperanzas. "Ojalá" decía Roberta. "Por qué no", decía Fabiana.
🖊️ Agustina Ferrand
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